La noche de Tlatelolco – Alberto del Castillo Troncoso
Texto publicado por la Jornada en el 2008
El movimiento estudiantil de 1968 no se reduce al 2 de octubre y, al mismo tiempo, es imposible narrar los acontecimientos estudiantiles sin mencionarlo. La fecha constituye una de las referencias más importantes de la historia contemporánea de México. Algunos sectores de la izquierda la han convertido en fetiche descontextualizado que ha desplazado las aportaciones registradas en las etapas anteriores del movimiento, mientras la derecha conservadora pretende borrarla del calendario cívico.
El hecho documentable es que la matanza marcó el fin del movimiento y tuvo repercusiones negativas en la vida política del país durante la siguiente década, cerrando la participación para algunos sectores sociales, que decidieron incorporarse a la guerrilla, lo que terminó por fortalecer la impunidad de un gobierno que impulsó el terror de Estado por medio de la guerra sucia a lo largo de los años 70.
La teoría de la conjura
Las portadas de los periódicos del día siguiente de la matanza constituyen un indicador importante de los escasos márgenes de maniobra de la prensa en esta situación límite y los parámetros de subordinación a las coordenadas marcadas por el régimen de partido de Estado, que impuso la versión de la conjura y fabricó un escenario en el que los francotiradores apostados en las azoteas y departamentos de algunos edificios de la unidad Tlatelolco fueron denunciados de manera inmediata como parte del complot estudiantil, anunciado oportunamente por el general Corona del Rosal dos meses antes.
Palabra de fotógrafo
A contrapelo del pensamiento de todos aquellos que consideran que todo está dicho acerca del 2 de octubre, conviene señalar en este artículo la existencia de algunos testimonios de fotógrafos que estuvieron presentes en la Plaza de las Tres Culturas aquella tarde, y que han decidido hablar a cuatro décadas de distancia. Todos confirman la existencia del operativo estatal y enriquecen de diversas maneras la información existente sobre los hechos.
Enrique Metinides tuvo que caminar varios kilómetros para llegar a Tlatelolco. Una vez ahí, con su peculiar estilo que marcó toda una época en La Prensa, logró captar imágenes contundentes de los terribles efectos de la acción de los disparos de los francotiradores y sus huellas en los cuerpos de algunos militares. Jesús Fonseca, de El Universal, describe las dificultades que tuvo que enfrentar en su vía crucis particular que lo llevó del edificio Chihuahua al de Relaciones Exteriores, pasando por el amontonamiento de cadáveres que logró fotografiar a un lado de la iglesia de Santiago, dato que confirma el joven reportero Joaquín López Dóriga, quien narró aquellos hechos y sólo los vio publicados en su periódico, El Heraldo, 35 años después de la masacre. Mientras Aarón Sánchez, de Excélsior, pudo registrar las golpizas y humillaciones a que fueron sometidos los estudiantes por parte de la tropa en las horas terribles de las detenciones, después de la balacera.
Por su parte, Daniel Soto, jefe del departamento de fotografía de El Universal, narra la manera en que recibió órdenes de la dirección del periódico de entregar todos los materiales del 2 de octubre a los agentes de Gobernación. Apenas pudo comunicarse con algunos de sus colegas y juntos lograron rescatar parte de la cobertura que el mismo diario ha publicado recientemente. Todos ellos continuaron trabajando en sus medios de comunicación y fueron testigos del silencio impuesto desde el gobierno en aquellas horas de angustia e impotencia, así como de la campaña macartista de hostigamiento contra la disidencia que se incrementó en los siguientes meses.
El punto de vista de la izquierda
Una de las escasas excepciones está representada por la revista por qué?, dirigida por Mario Menéndez y plenamente identificada con el movimiento en las semanas anteriores. Resulta de gran interés acercarse a las claves del contenido del número extraordinario dedicado a Tlatelolco, publicado en octubre de aquel año, en la medida en que representa el punto de vista de la izquierda sobre los trágicos hechos, predominante en las siguientes dos décadas, que es la antítesis exacta de la teoría gubernamental de la conjura.
En dicha versión, el Ejército masacró a cientos de personas en un operativo perfectamente coordinado con los servicios de inteligencia gubernamentales. El expediente fotográfico de la revista supera con creces todo lo publicado hasta aquellos momentos y utiliza, sin darles crédito, imágenes de Héctor García, los Hermanos Mayo, Armando Salgado, Carlos González y Óscar Menéndez, entre muchos otros.
La memoria histórica
A partir de 1988 este esquema monolítico se fue fragmentando. Documentalistas como Carlos Mendoza, historiadores como Sergio Aguayo y Lorenzo Meyer, y periodistas como Jacinto Rodríguez han penetrado las entrañas del monsturo en los fondos de la extinta Dirección Federal de Seguridad que se encuentran a resguardo del Archivo General de la Nación, y han documentado nuevas claves para interpretar la masacre, que muestra la falta de coordinación entre los distintos grupos armados del gobierno, los servicios de inteligencia y los cuerpos de elite del Estado Mayor Presidencial.
Pese a todo, ninguna investigación independiente ha negado la existencia de un operativo gubernamental realizado aquella tarde, con responsabilidades históricas tan concretas como impunes. Todos concluyen que se trató de un crimen de Estado.
Cuarenta años después, no todo está dicho sobre el 2 de octubre ni sobre el movimiento estudiantil de 1968. Al contrario, en cierto sentido se puede afirmar que la investigación sobre nuevos fondos documentales apenas comienza y el replanteamiento crítico sobre los ya existentes se renueva constantemente.
Entre otros territorios pendientes de abordar en forma crítica, están los libros de texto de historia de bachillerato y las exhibiciones museográficas. En ambos espacios, la historiografía y la investigación documental todavía tienen mucho que decir, entre otras cosas, porque el avance del conocimiento no se produce en forma lineal, sino que se replantea constantemente a partir de las coordenadas del presente.